Agitó la cabeza, deshaciéndose de sus pensamientos y sujetó con fuerza el portafolios, cruzando la avenida con diligencia, sintiendo como sus viejos tacones, quedaban sujetos en cada adoquín que pisaba. No importaba, podría darse un capricho y comprarse otros.
Llegó al otro andén de la calle, en dónde su preferido Old Manhattan permanecía abierto. Asomó sus inocentes ojos por el cristal húmedo, observando la misma gente de todos los días, a su "familia rutinaria". Y allí estaba él, esa persona que destacaba entre la multitud.
Sacó su espejo barato del bolso, y tan sólo observó como su pelo decaía por sus hombros a causa de la humedad, dándole un aspecto de loca engreñada y el rímel que resistía las 24 horas, surcaba las apenas innotables marcas de envejecimiento y cansancio. Lo único que se mantenía intacto, era el carmín rojo que vestía sus labios desde primera hora de la mañana. Sacó su mejor sonrisa, y entró oyéndose el simple tintineo de cascabel que colgaba en la puerta.
Sus más conocidos tan sólo la miraron, ofreciéndole una simple sonrisa, mientras que él, desde la barra del bar, le realizó su gesto diario en el taburete, ese taburete que continuamente los enfrentaba a ambos.

Pocos encuentros en The St. Regis New York, y demasiados sentimientos que rompián sus barreras.
Ésto era imposible, y ambos lo sabían.
-¿Qué tal tu mujer y tus hijos, Jake?
-Mañana es el cumpleaños de Sam. Dieciséis años ya. El tiempo pasa demasiado rápido. -La miró con un atisbo de tristeza que rápidamente se tornó en una de sus inmortales sonrisas, marcándo el paso de los años en sus ojos y añadió.- ¿El vodka de limón diario?
-No, Jake. Hoy quiero una copa de Dry Gin.
ZareMossel~
Me encanta.
ResponderEliminarContinuará la historia? :3
Es genial lo que escribes.
ResponderEliminarUn saludo
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